Optar por la enseñanza de la Religión es optar por ser docente.
La vinculación con una generación siguiente a la nuestra a través de la educación es una de las experiencias más transformadoras y bellas de la vida, y a la vez constituye una intervención profundamente humana.
Pero también es un compromiso existencial, con la vida misma. En lo bueno y lo malo, “en la riqueza y la pobreza, en la salud y la enfermedad”, contraemos una responsabilidad con nuestros educandos. Y en cierto sentido, nos hacemos eternos en ellos y a través de ellos.
Así que el profesor de Religión debe tener vocación de enseñar. Y esta vocación solo puede darse en personas que estén interesadas por las personas y que, de entre todo el panorama de lo humano, sepan apreciar la belleza de quien se está abriendo al mundo. Porque la vocación docente es una cuestión de amor, pero de un amor interesado, que no se conforma con lo estricto. El amor que ve a una persona tal y como puede llegar a ser.