Todo viaje al extranjero de un Pontífice es un viaje político, mucho más si se trata de una visita a Oriente Medio, origen de las tres religiones monoteístas y corazón del conflicto árabe-israelí. Describir, como oficialmente se ha hecho, la gira de Benedicto XVI del 8 al 15 de mayo por Jordania, Israel y Cisjordania como una peregrinación más es distorsionar su viaje más importante al extranjero desde que sucedió a Juan Pablo II en 2005.
Sin el carisma personal de su antecesor, mucho más a gusto entre libros y teólogos que entre diplomáticos y cámaras de televisión, Benedicto XVI intenta recuperar la credibilidad perdida ante judíos y musulmanes con algunas declaraciones y acciones no muy afortunadas, devolver la esperanza a la comunidad cristiana (católicos, maronitas y ortodoxos sobre todo) de la región, una minoría en peligro de extinción (se calcula en un tercio de la que había hace medio siglo), e impulsar el diálogo y la paz en una de la regiones más conflictivas del mundo. ARTÍCULO COMPLETO.
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