Yo, Pablo, a todos los apóstoles de hoy, laicos, profesores de religión, catequistas y seguidores fieles de Jesucristo, os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor.
Constantemente pienso en vosotros y compruebo las dificultades en que os encontráis al evangelizar y enseñar las verdades de nuestro Señor Jesús. También yo padecí y viví muchos sufrimientos que, bien sabéis, fueron mayores que los vuestros. Aunque no por mis méritos, sino por los de Cristo, fui capaz de superarlos, como lo seréis vosotros si participáis de ellos; pues si participáis de los sufrimientos de Cristo, también lo haréis en el consuelo.
Tengo una gran esperanza en vosotros puesto que, como lo fui yo, habéis sido llamados por Dios para ser sus apóstoles. Es Dios quien tiene la iniciativa en vuestra vocación de laicos, educadores y catequistas y quien os da los medios para serlo. La competencia y la aptitud que todos tenéis os las ha dado Dios.
Al igual que dije de mí mismo a los corintios en mi 2ª carta, os digo hoy a vosotros: no necesitáis carta de recomendación. Vuestra carta son vuestros alumnos, vuestros niños y jóvenes; carta escrita en vuestros corazones pues ellos son una carta de Cristo redactada por vosotros y escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo, no en papel o en correo electrónico, sino en correo de carne, en sus corazones.
Puesto que Dios os ha otorgado este ministerio, no os desaniméis.
Vosotros sois ministros de la nueva alianza, apóstoles envíados a este mundo del siglo XXI con un mensaje de salvación.
Vosotros sois portadores de la fragancia, del aroma de Cristo, que no se puede ocultar, que impregna a todos vuestros alumnos y catequizandos. Porque no sois dominadores de su fe, sino que procuráis su alegría.
Pero no olvidéis que, al igual que Cristo es el mediador de la reconciliación entre Dios y los hombres, así vosotros, debéis reconciliar al mundo con Él porque anunciáis y sois testigos de una existencia nueva.
Y no os puedo engañar, bien lo sabéis y lo vivís diariamente vosotros, esta tarea no sólo no es fácil, sino que es un tesoro que lleváis en vasijas de barro, tenéis una función cuyo soporte es débil, frágil y quebradizo porque viene de Dios no de vosotros. Pero no lo olvidéis nunca: vivís acosados, pero no derrotados; perplejos, pero no abandonados; desechados, pero no aniquilados; y lleváis siempre los sufrimientos de Jesús, para que también su vida se manifieste en vosotros.
Sois capaces, tenéis coraje y dedicación a vuestra tarea, queréis a los niños y jóvenes y os desvivís por ellos, seréis, por tanto, verdaderos apóstoles si vivís alegres, buscáis la perfección y os animáis mutuamente. El Dios de la paz y el amor estará siempre a vuestro lado.
La gracia de Jesucristo, el Señor, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros.
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