martes, 10 de noviembre de 2009

Ágora, ideología que denuncia el fanatismo para recaer en él. Escrit per: Peio Sánchez


La película de Amenábar es una película mediocre. Ni la publicidad, ni de los apoyos económicos gubernamentales maquillan una interesante oportunidad malograda. Una inversión muy respetable, una puesta en escena espectacular, la pericia del director en las escenas de acción y una actuación sobresaliente de Rachel Weisz no salvan una película que se hace excesiva en las palabras, el guión es más ideológico que cinematográfico, muy limitada en la interpretación masculina donde elecciones como la invisibilidad del paso del tiempo en los bellos y jóvenes actores recuerda más el peor peplum que a las exigencias de verosimilitud dramática del cine contemporáneo.

En un primer plano, la película es una exaltación de la razón, la libertad y la tolerancia representada en la figura de Hipatia. Esta filósofa y astrónoma fue asesinada, ya anciana, en Alejandría en el 415. En el contexto de las luchas de poder entre el paganismo y el cristianismo, que se convierte en una fuerza política en la decadencia del imperio, la pensadora fue víctima inocente del fanatismo de grupos cristianos radicalizados por intereses políticos. El director ha querido presentarnos a esta nueva Antígona como heroína y modelo contemporáneo que encarna la búsqueda de la verdad, el sentido de la democracia pluralista, la integridad y la tolerancia hasta el perdón.

En un segundo plano, Ágora es una crítica directa al cristianismo pero en el fondo a toda experiencia religiosa. La tesis, a la que de forma didáctista sirve la película, es que la experiencia religiosa sea politeísta, judía o cristiana siempre desemboca en el derramamiento de sangre. Que la creencia en Dios o dioses termina aniquilando a los seres humanos que acaban matando en su nombre. Y así lo que podía, y debía en rigor histórico, haberse convertido en una critica necesaria del fundamentalismo termina en un cuestionamiento último de lo religioso como dimensión del ser humano que se encuentra con Dios. Para el director a lo más nos queda un cielo estrellado al que miramos con perplejidad construyendo formas elípticas al viento. Lo que ya es algo, por lo menos Misterio.

En un tercer plano, la película muestra la deriva ideológica de un planteamiento con amplias aspiraciones filosófica pero con formato vacio y contenidos simplistas. La conexión entre el fondo y la forma muestra la madurez de una artista en el dominio de su medio expresivo. En ese caso las limitación cinematográfica demuestra la pobreza expresiva de una obra donde los diálogos se hacen inverosímiles porque la fuerza dramática ha abandonado la escena. Qué lejos de los grandes directores como Bergman o Dreyer que pueden decir en las formas, el fondo que se trasparenta en una mirada. La intención ideológica ha derrotado al artista que va declinando cuando sustituye la dramática existencial por la intención política. Todavía en Mar adentro (2004) la expresión dramática sobrevivía a la simplificación manipulativa. Ahora definitivamente Amenábar vende humo. Con Ágora podrán ganar dinero pero no podrán convencer, ni al crítico ni al público.

Nos encontramos, pues, ante una obra cinematográfica que puede ser síntoma-paradigma del cortocircuito cultural que afecta a la cinematografía y probablemente a la cultura oficial de nuestros lares. Que para nada son transferibles a la cultura europea ni mundial. La imprescindible y urgente crítica del fanatismo, en este caso religioso, se inclina hacia una exaltación de lo laico que parte de un reduccionismo antropológico que cercena la dimensión espiritual del ser humano. Lo cierto es que tenemos un serio problema de medida y de diálogo. Y desde el punto de vista cinematográfico necesitamos urgentemente interlocutores.
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