La obra Constituciones Apostólicas es un documento de principios del siglo IV, en cuya primera parte hay una serie de preceptos morales para la conducta cristiana. Concretamente en el capítulo 7 y sección primera se establece un marcado contraste entre los dos caminos, esto es, el camino de la vida y el camino de la muerte.
Esta manera de contrastar los dos estilos de vida no es nada nuevo, pues ya tiene su antecedente en el Salmo 1, en el Sermón del Monte y también en la literatura cristiana del siglo II, como en el caso de la Didaché. Pues bien, a tal respecto hay un momento dado en el que se afirma lo siguiente:
´No asesinarás a tu hijo abortando, ni matarás lo que ha sido engendrado, pues todo lo que ha sido formado y ha recibido un alma de Dios, si fuera asesinado será vengado, al haber sido injustamente destruido´.(1) No hay la menor duda de que para el autor de este tratado lo que ha sido engendrado es poseedor de alma humana y por lo tanto su muerte provocada constituye un asesinato, que no quedará impune. Esta prohibición está recogida en medio de una lista de actos reprobables, entre los cuales, dicho sea de paso, está el de la homosexualidad:
´No corromperás a los niños, pues esta maldad es contra naturaleza y viene de Sodoma, que fue enteramente destruida por fuego de parte de Dios.´(2) San Basilio el Grande (329-379), en su carta a Anfiloquio, juzga de esta manera el aborto:
´La mujer que destruye deliberadamente su hijo no nacido es culpable de asesinato. Para nosotros no es aceptable preguntarse si su ser está formado o no... La destrucción del embrión es un crimen adicional, un segundo asesinato en toda su dimensión, si es hecho con intención.´(3)
Y un poco más adelante sigue diciendo lo siguiente:
´También las mujeres que administran drogas para abortar, lo mismo que las que toman preparados para destruir niños no nacidos, son asesinas.´(4)
Para un autor como San Juan Crisóstomo (c. 347-407) tampoco hay duda de lo que el aborto es. En su sermón sobre la carta a los Romanos 13:13 avisa sobre la corrupción de costumbres que procedía de los banquetes donde el alcohol y el sexo desordenado presidían tales orgías, razonando de esta manera:
´Porque en banquetes de esa clase tenéis malos deseos e impurezas, quedando las esposas en descrédito y las prostitutas en honor entre vosotros. Por tanto os exhorto a que huyáis de la fornicación y de la madre de ella, la embriaguez. ¿Por qué sembrar donde la cosecha es imposible, o más bien aunque coseches te acarrea gran vergüenza el fruto? Porque aunque nazca un hijo te deshonra y contiene la injusticia hecha al haber nacido en ilegitimidad y bajeza… ¿Dónde hay tantos esfuerzos para abortar? ¿Dónde hay asesinato antes del nacimiento? Pues incluso la prostituta ya no sigue siendo mera prostituta, sino que la haces una asesina también. Ves cómo la embriaguez lleva a la prostitución, la prostitución al adulterio y el adulterio al asesinato, o, más bien, algo peor que el asesinato. Pues no tengo nombre para darle, ya que no elimina lo que nace, sino que impide que nazca.´(5)
Esta concatenación de hechos reprobables que Crisóstomo describe tiene como último eslabón el aborto, cuyo propósito es eliminar la evidencia última del vergonzoso desorden sexual de su tiempo. Exactamente lo mismo que hoy día, cuando por un lado se estimula la promiscuidad sexual y por otro se anima a aniquilar el fruto no deseado. Nada nuevo bajo el sol. Para Crisóstomo ese tipo de aborto es una maldad cometida para eludir la responsabilidad contraída al ejecutar otra maldad previa, como es la fornicación, siendo para él peor que un asesinato y no hallando calificativo para describirlo.
San Jerónimo (345-420) escribió una carta a Eustoquio en el año 384 que es famosa por la descripción del vicio en la sociedad romana de su tiempo. Que los cristianos no estaban al margen de sucumbir ante toda esa vorágine de degradación, lo demuestra el hecho de que se daban casos de abortos entre mujeres que habían hecho voto de virginidad:
´Algunas, cuando descubren que llevan un hijo de su pecado, usan drogas para abortar y cuando (como suele suceder) mueren con su progenie, descienden al infierno cargadas con la culpa no sólo del adulterio contra Cristo, sino también de suicidio y asesinato.´ (6)
Ante todas estas inequívocas manifestaciones de condenación del aborto, no es extraño que uno de los objetivos en la agenda del feminismo extremista de nuestro tiempo sea la destrucción del carácter de estos y otros teólogos cristianos antiguos, presentándolos como prototipo de eclesiásticos fanáticos, hipócritas, estrechos, sin compasión y negadores de los derechos elementales de la mujer.
Se intenta ganar así dos batallas al precio de una: el vilipendio definitivo del cristianismo que ellos representan y a la vez la vindicación del antiguo pensamiento pagano y la práctica aparejada al mismo. Así que ya sabes: si no quieres ser objeto de las iras de ese feminismo extremista, no se te ocurra decir lo que aquellos antiguos cristianos dijeron sobre el aborto. Pero si remas en la dirección opuesta a ellos, serás bien considerado y gozarás de respetabilidad…
1) Constituciones apostólicas, VII, 1, 3 2 Op. Cit. VII, 1, 2
3) Carta a Anfiloquio, 2
4) Carta a Anfiloquio, 8
5) Homilías sobre Romanos, 24
6) Carta a Eustoquio, 13
Falacias sobre el aborto (IV)
San Gregorio de Nisa y el aborto
¿Quién dijo que la condenación, por parte cristiana, del aborto es cosa de hace veinticuatro horas? Más bien lo que venimos viendo es que ya desde los primeros siglos hay abundantes testimonios que prueban, de sobra, la inequívoca posición cristiana sobre esa cuestión.
Es importante constatar que lo que era una costumbre netamente pagana terminó por infiltrarse entre algunos cristianos, tal como reflejan ciertas referencias directas e indirectas, que ya hemos visto, de algunos autores, como San Hipólito, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo o San Basilio. Pero de ese hecho se desprenden dos evidencias: (1) Que el empleo de tal práctica por parte de algunos cristianos no significó un cambio en la valoración del hecho por parte de los teólogos y escritores cristianos, que condenan el acto independientemente de quién lo realice, sea pagano o cristiano; (2) que la difusión del cristianismo en el mundo antiguo, especialmente tras el cese de las persecuciones y sobre todo tras su ascensión a creencia oficial, trajo como consecuencia la entrada a la Iglesia de muchos paganos que simplemente se adaptaron a las nuevas circunstancias, sin que su mente y corazón hubieran cambiado realmente. Seguían siendo paganos en el fondo de su ser, aunque nominal y externamente se habían cristianizado. No es extraño que su anterior mentalidad estuviera intacta y con ella la práctica del aborto.
Uno de los pensadores cristianos más importantes del siglo IV fue San Gregorio de Nisa (c. 335 - c. 394), hermano de San Basilio el Grande y amigo de San Gregorio de Nacianzo. Los tres forman esa terna que se ha denominado ´Padres Capadocios´, por ser Capadocia su lugar de origen. Pues bien, en una de sus obras San Gregorio razona de esta manera:
´Dios es la causa de nuestra vida, tanto en cuerpo como en alma. Pero, ¿cuándo y cómo el alma vienen a la existencia? El cómo nunca podremos saberlo... El cuándo se puede determinar. Las objeciones a la existencia del alma antes del cuerpo ya se han dado antes. Pero el alma es necesaria para la vida y el embrión vive. Por lo tanto, el alma no nace después del cuerpo, sino que ambos nacen juntos.´(1)
Es notoria la mención que San Gregorio hace del embrión humano asociándolo, indisolublemente, a un alma humana. Aunque confiesa no saber cómo el alma viene a la existencia, una duda que el mismo San Agustín de Hipona también tuvo al vacilar entre creacionismo y traducianismo, sin embargo, no le queda la menor duda de cuándo hace su aparición, siendo simultánea con la concepción. Por lo tanto, según San Gregorio, es inconcebible un embrión humano sin alma humana. La consecuencia que se puede desprender de esa premisa es clara: quitarle la vida al embrión es lo mismo que quitársela a un nacido.
Hay un texto en el que San Gregorio parece contradecirse a sí mismo, cuando dice:
´Del mismo modo que no es posible denominar al informe embrión ser humano sino solo potencial, asumiendo que está completo al nacer y que al estar en estado informe es algo distinto a un ser humano, así nuestra razón no puede reconocer como cristiano a quien no ha recibido, con respecto al misterio completo, la forma genuina de nuestra religión.´(2)
La primera impresión que se recibe al considerar este texto es que San Gregorio niega la humanidad del embrión. Pero antes de llegar a conclusiones apresuradas hay que tener en cuenta dos cosas: (1) que está poniendo una ilustración, para la cual parte de la hipótesis de que el ser humano está completo al nacer, lo cual supone que la humanidad del embrión está incompleta, en cuanto a su forma. De manera que la frase ´…al estar en estado informe es algo distinto a un ser humano…´ habría que entenderla así: ´…al estar en estado informe es algo distinto a un ser humano (completo)…´; (2) que usa esa ilustración para comparar el estado rudimentario de aquellos que reconocen al mismo Dios que los cristianos, como son los judíos, pero que sin embargo al no creer en Jesús les falta la plenitud cristiana.
El concilio de Ancira, celebrado en el año 314, es decir, poco después del cese de las persecuciones, reguló ciertas normas disciplinarias, especialmente las que tenían que ver con aquellos cristianos que habían apostatado de la fe durante la persecución, pero que tras el cese de la misma querían ser readmitidos de nuevo en la Iglesia.
Una de esas normas de disciplina iba dirigida hacia quienes practicaran el aborto:
´Sobre las mujeres que cometen fornicación y destruyen lo que han concebido, o quienes se dedican a fabricar drogas para abortar, un antiguo decreto las excluía hasta la hora de la muerte, habiendo asentido algunos a eso. Sin embargo, deseosos de ejercer mayor clemencia, hemos ordenado que cumplan diez años, según los grados prescritos.´(3)
Aquí tenemos una referencia a la excomunión eclesiástica a quienes hubieran abortado, rebajándose la pena más antigua, que era vitalicia, a la de diez años. Ignoro a qué antiguo decreto se refiere el canon (¿tal vez sínodos anteriores en Roma, Antioquía o Alejandría? Sea como sea, lo cierto es que la gravedad de tal acto no fue pasada por alto por los responsables eclesiásticos de aquel tiempo, siendo la rebaja de la pena una demostración de consideración pastoral hacia los culpables de abortar.
De nuevo es esclarecedora la relación causa-efecto entre desorden sexual y aborto, que el mencionado canon revela. Por cierto, este mismo concilio condena a los hombres que hayan adulterado a una pena de excomunión eclesiástica de siete años(4), lo cual es importante reseñarlo, porque hay quien piensa que detrás de todos estos pronunciamientos contra las mujeres que abortan solo hay machismo puro y duro …
1) Gregorio de Nisa, Sobre el alma y la resurrección
2) Gregorio de Nisa, Sobre el Espíritu Santo contra Macedonio
3) Concilio de Ancira, canon XXI
4) Concilio de Ancira, canon XX
Publicado por José Antonio (bati)
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