El pasado 24 de marzo se cumplieron 30 años de su asesinato mientras celebraba la Eucaristía en la capilla de un hospital de San Salvador, ciudad de la que él era arzobispo. El contexto de su muerte fue la cruenta guerra civil que vivió el país centroamericano. El cardenal Roger Etchegaray ha afirmado que el arzobispo salvadoreño «fue asesinado por haber denunciado la violencia procedente de cualquiera de las partes» enfrentadas (el Gobierno y la guerrilla). Y añade: «Después de haber dedicado toda su vida al servicio de Dios, Romero vino a ser un profeta de justicia y de paz. Sus homilías, transmitidas por la radio, eran seguidas por todo el país, por amigos y adversarios. Porque Romero decía la verdad... porque era una voz humana, religiosa, fraterna, para decirlo mejor […] consideró que era su deber hablar alto y fuerte a favor de la paz, de la justicia, de la reconciliación».
El mejor ejemplo de su talante profético es su última homilía pronunciada antes de morir:
COMITÉ ÓSCAR ROMERO DE TORREJÓN DE ARDOZ
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