En un silencio vibrante se llevó a cabo la visita de Benedicto XVI a la catedral de Turín para venerar la Síndone. El Papa permaneció un largo tiempo frente al rostro que interroga al hombre sobre el dolor inocente. "En nuestro tiempo, especialmente después de haber atravesado el siglo pasado, dijo el pontífice, la humanidad se ha vuelto particularmente sensible al misterio del Sábado Santo. El ocultamiento de Dios hace parte de la espiritualidad del hombre contemporáneo, de manera existencial, casi inconsciente, como un vacío en el corazón que se ha extendido cada vez más". Benedicto XVI pensó, particularmente, en dos conflictos mundiales; en los lager y en los gulag, en Hiroshima y Nagasaki. Pero a todo este horror, el Papa contrapuso un símbolo luminoso, que es la esperanza que no tiene límites:
Benedicto XVI: "Dios, haciéndose hombre, llegó al punto de entrar en la soledad extrema y absoluta del hombre, en donde no llega ningún rayo de amor, en donde reina el abandono total sin ninguna palabra de consuelo". "En el reino de la muerte resonó la voz de Dios. Sucedió lo impensable, es decir, que el Amor penetró "en los infiernos"; incluso en la oscuridad extrema de la soledad humana más absoluta podemos escuchar una voz que nos llama y encontrar una mano que nos toma y nos conduce afuera. El ser humano vive por el hecho de que es amado y puede amar".
Y es por esto que desde el 10 de abril pasado, miles de peregrinos acuden cada día a la Catedral para mirar de nuevo al Hombre de los Dolores. Porque en ese rostro hecho trizas de dolor "no ven sólo la oscuridad, sino la luz; no tanto la derrota de la vida y del amor, sino más bien la victoria, la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio".
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