domingo, 4 de diciembre de 2011

SENTIDO Y ALCANCE DE LA FE


JAIME Loring 04/12/2011
La Historia Universal nos hace ver que todos los pueblos, todas las culturas han tenido una religión. Sean los animistas africanos, los aztecas mejicanos, los incas peruanos, los griegos, los romanos, los hindúes o los chinos, los árabes, todos han tenido una religión. Cada uno la suya, pero todos han tenido alguna. Con frecuencia las religiones han sido uno de los motivos de los enfrentamientos entre los pueblos. El debate sobre cuál dios era más poderoso si el vuestro o el nuestro, ha terminado frecuentemente con un enfrentamiento armado. Por ejemplo, el Antiguo Testamento de la Biblia está lleno de mensajes afirmando que Yavhé es más poderoso que los dioses egipcios, o mesopotámicos.
Con frecuencia igualmente, la religión de tal forma se ha incorporado a las instituciones sociales y políticas de la sociedad, que la diferencia de religiones ha conducido a confrontaciones políticas, incluso bélicas. El caso de Europa con las luchas de religión entre católicos y protestantes, las guerras entre cristianos y musulmanes, los progroms contra los judíos, y el actual conflicto entre judíos y musulmanes en Palestina, son ejemplos de cómo las religiones cuando se incrustan en el sistema político terminan por conducir al enfrentamiento violento entre los hombres.
En el marco de esta experiencia histórica, más bien lamentable, es importante plantearse qué significa la fe en la palabra y en la persona de Jesús de Nazaret. Para empezar hemos de reconocer que Jesús no fundó ni predicó ninguna religión específica, ni distinta de las demás. No dejó establecido ningún tipo de culto ritual, ningún calendario de festividades, ninguna calificación de objetos sagrados, en definitiva, ninguno de los elementos que constituyen una religión. Fue un hombre religioso, practicante de la religión de sus padres y de su pueblo, pero no instituyó una religión distinta de aquella en la que él mismo había vivido.
En cambio sí fue sumamente crítico con las desviaciones legalistas, excluyentes, formalistas, que apreció en los dirigentes religiosos contemporáneos. Tolerante con los samaritanos, acogedor de publicanos y pecadores, solidario con pobres y minusválidos, severo con cualquier clase de mentira. Sus reacciones más duras tuvieron lugar cuando denunciaba cualquier incoherencia entre las formalidades religiosas, y la sinceridad del hombre ante Dios.
Habló de Dios como del Padre de todos los hombres, no dejó otro encargo sino que compartiésemos juntos el pan y el vino en su recuerdo. Dijo que la mayor aspiración de una persona es la de ser misericordioso, compasivo, puro de intenciones. Que lo importante no era ser aplaudido por los hombres, sino ser aprobado por Dios. Que al final de cuentas, cuando Dios hiciera la evaluación de nuestra vida, no tendría en cuenta precisamente nuestros éxitos profesionales, científicos o económicos, sino el bien que hayamos hecho a los demás. Cualquier bien, pero alguno.
Esta forma de comportarse generó en torno a él, una gran admiración y respeto popular, a la vez que serios recelos de parte de los poderosos, tanto civiles como religiosos. Finalmente los poderes establecidos lograron silenciar su mensaje acabando violentamente con su vida. Todo parecía que hubiera terminado ahí. Como dijeron algunos, "esperábamos que iba a salvar a Israel, pero los dirigentes lo han matado".
La fe cristiana comienza con la resurrección de Jesús. Dios lo ha resucitado, Jesús vive, Jesús no se ha acabado. Su verdad es la verdad de Dios. En él, la debilidad humana, es la fuerza de Dios. Al ser destruido por los hombres, Dios lo ha elevado por encima de toda la creación. La verdad de Jesús, que los hombres pretendieron exterminar, es la verdad de Dios.
La fe cristiana no es una evidencia, es una opción. Como dicen los teólogos, la fe es libre. Creemos porque queremos creer. Porque le damos más credibilidad a la palabra y persona de Jesús, que a las finanzas internacionales, al poder militar, al placer sexual, o al escalafón profesional.
Por ello decimos que la fe en Jesús es liberadora. Nos hace independientes de todos los entornos que limitan nuestra existencia. Nos convierte en personas libres, no buscamos el éxito ni el triunfo en el marco de los parámetros sociales, sino en el horizonte de ese proyecto de vida que Jesús propuso en nombre de su Padre.
* Profesor jesuita
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