Desde algunos sectores se tacha a veces la asignatura de religión como materia desde la que se "adoctrina" y que, por consiguiente, no se invitaría al alumno a plantearse las preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida o a no contrastar la respuesta de la fe cristiana a esas preguntas con otras cosmovisiones.
Quiero reproducir a continuación un
artículo de Alejandro Martín Navarro, un profesor de Filosofía que presenta la materia de religión en una clave muy distinta a la de la "mentalidad dominante". Creo que este tipo de aportaciones son muy necesarias para ir construyendo un diálogo maduro y fuera de los tópicos habituales acerca de la presencia de la religión en la escuela hoy. En este sentido agradezco a Alejandro su ejercicio de libertad al escribir este artículo.
Religión en las escuelas
Mi gremio -el de los profesores en general, y el de los profesores de filosofía en particular- es especialmente hostil a la existencia de una asignatura de religión en las escuelas e institutos públicos. Se acepta la tesis de que la religión es una hora aprovechada por curas y semi-curas para llenar la cabeza de los niños de supersticiones y aberraciones morales. Por mi parte, y siendo verdad que mi experiencia pudo ser muy singular, sólo puedo recordar a quien quiera oírlo que fue en la asignatura de religión donde se me habló por primera vez de Nietzsche, de Freud, de Feuerbach: recuerdo cómo discutíamos en clase sobre el resentimiento, la alienación de lo humano en lo divino, la sublimación, etc., mientras el único discurso contra la religión que habíamos oído durante años era esa masa de consignas en que se funden las Cruzadas, la Inquisición y los condones. Hoy, que puedo ir más allá de aquella experiencia intelectualmente fructífera de mi adolescencia, pienso que la asignatura de religión es casi el último reducto de libertad de pensamiento que queda en las instituciones de enseñanza: el único sitio donde es posible escapar del discurso monocorde de los medios y de la educación pública, y respirar algo distinto; el único lugar donde las cuestiones éticas no están ideológicamente resueltas como si fueran tabúes morales superados, sino abiertas a un cuestionamiento racional, y donde los interrogantes trascendentes sobre la libertad, la vocación existencial, la autenticidad, etc., no se diluyen en el magma de una existencia planificada por otros; el único sitio donde, por último, es posible aprender algo serio sobre la religión, más allá de la retahila insufrible sobre la moral sexual católica y los curas pederastas. Por eso, desde el establishment ideológico de este país nunca ha interesado cuestionar verdaderamente el programa de esta asignatura, ni quién debe impartirla, ni bajo la tutela de quién: la genial ocurrencia de idear un sustituto a la religión consistente en no hacer nada tenía como objetivo alcanzar su definitiva eliminación. Mucho me temo que los jóvenes españoles aprenderán qué es la religión viendo a Anne Germain comunicarse con Rocío Wanninkhof. Al fin y al cabo, esto era exactamente lo que se pretendía.
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